Toda esa guerra de nervios había hecho eclosión un sábado a la tarde de mayo. El sol tibio del otoño. El cielo azul asombrosamente diáfano por la falta de smog en aquellos parajes suburbanos. Aquella soledad cruel que se clavaba en su carne joven como un anzuelo de pesca.
Roxana miraba a través del cristal de la ventana y sus ojos comenzaron a humedecerse primero. Luego a inundarse. Finalmente las compuertas se abrieron y una cascada de lágrimas lubricó sus mejillas consentidas.
“…No es lo mismo soñar que encajar a la fuerza en el sueño de otro. Me estoy muriendo en vida…”
El sonido del picaporte interrumpió su ejercicio autocompasivo. Era Damián que entraba por la puerta de la cocina, embarrado de pies a cabeza luego del test match de rigor de los sábados. El rugby era una religión para él. El fútbol era “…cosa de negros…” Cuando Dios había hecho el reparto, él había caído del lado de la elite. No podía quejarse de su suerte. A los 16 y en pleno desarrollo, su cuerpo rondaba los 80 kilos y exhibía una respetable musculatura. Mens sana in corpore sano. Salud y vigor. Una bolsa incontenible de hormonas en ebullición.
Roxana se acercó a él en un gesto maternal que resultaba a todas luces forzado:
-¡Estás todo embarrado! Mirá como estás dejando el piso…¡Tu padre te mata!
-…
Damián se mostró sorprendido. Sin asumir el estado depresivo de ella, que la había tornado extrañamente vulnerable, él notaba en su actitud algo que no era habitual. No obstante y tal vez por ese extraño instinto animal de los machos en celo, le gustó…
-Sacate esa ropa y metete en el baño.
Comenzó a ayudar al chico a sacarse el buzo embarrado. Roxana estaba vestida con una remera de algodón larga, por la mitad de los muslos, que cubría su (pequeña) bombacha de algodón y sus pechos desnudos. Unos senos pequeños y puntiagudos. La proximidad de Damián, el bamboleo contra la tela o tal vez algún roce accidental (o no) contra el pecho del chico, habían provocado la erección de sus pezones que se revelaba claramente bajo la tela. A Damián no le había pasado desapercibido ese detalle y su entrepierna comenzó a abultarse sugestivamente.
De pronto estaban allí: El chico con el torso denudo. Con sus hombros redondos y sus abdominales marcados. Transpirado. Con su mirada inocente y una erección del carajo. Roxana y su sensación de abandono. Su soledad y esa incipiente humedad que había subido dos grados la temperatura de su entrepierna.
No hizo falta mucho más.
Sin decir palabra ella se arrodilló y tiró con todas sus fuerzas hacia abajo. El short de Damián cedió junto con el calzoncillo. El profirió un grito corto cuando el elástico del slip se trabó el la cúspide de aquella diagonal ascendente que describía su miembro. Tiró la cola hacia atrás y la tela cedió.
Ella se lo metió en la boca e hizo su trabajo. O por lo menos intentó hacerlo… No fueron más de tres segundos. Entonces un torrente de esperma llenó la boca de la chica. Ella lo miró a los ojos, y sin dejar de hacerlo lo tragó todo…Un tributo que el joven no olvidaría mientras viviera.
Luego Roxana se incorporó y se fue corriendo, cerrando la puerta de su cuarto a sus espaldas con un chasquido violento. Se había llevado consigo un semi remolque lleno de preguntas y confusión.
Damián se quedó parado en medio del living. Su pene ya fláccido goteó una…dos…tres veces. Sus pantalones aún descansaban enrollados en sus tobillos. Su rostro, con restos de barro entre los estragos del acné juvenil, se debatía entre la sorpresa y la satisfacción…
por momentos me hizo recordad un libro muy bueno que lei , el lector ,lo recorde qe bella historia ...
ResponderEliminarChiquitito.... mmmmm... No podría, juro que no podría con el hijo de él....
ResponderEliminarBesossss